- " Esta historia que
continuación voy a relatar quizás, para
la mayoría de las personas, les pueda
parecer increíble,
impensable e imposible pero, para todas
aquellas que viven
y conviven entre los dos mundos; el de
los vivos y el de los
muertos o, para aquellas que han estado
allí y no han vuelto,
para ellas no.
Toni Blanch.
En memoria de Juli Verdés y Toni
Blanch.
Descansen en Paz.
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1
En una imaginaria Asociación de
Hombres Del Saco Anónimos",
me levantaría de mi silla metálica
plegable y ante el resto de mis nuevos
colegas diria...me llamo Toni Blach,
tengo 30 años y soy un hombre del saco
hace casi dos meses para que a
continuacion , el resto de mis
compañeros, me aplaudiesen y animasen ¡bienvenido
Toni!, ¡bravo!, ¡bien hecho!, ¡te
ayudaremos a superarlo!
Aquello con lo que, durante mi infancia,
solía asustarme mi madre para intentar
hacerme comer aquel hígado zapatero en
contra mi paladar, increíblemente, era
cierto. Toni, cómete el higadito o
vendrá el hombre del saco y se te
llevará., me repetía tres noches a
la semana..
- Sí, el hombre del saco
existe; el hombre del saco...soy yo.
- Un hombre con un saco de
vieja y desgastada tela a sus espaldas,
vestido por unas andrajosas, sucias y
raídas ropas. Descalzo y mostrando sus
pies al mundo, ennegrecidos por la mezcla
de suciedad de las calles y la sangre
seca derramada de alguna sus múltiples
heridas de pisar las colillas aún por
apagar y los traviesos trocitos de
cristal roto.
Desprendiendo todo su cuerpo un olor a
muerto, a cadáver en descomposición.
Vagando por las calles de la gran urbe,
ignorando los semáforos, los pasos de
peatones y los estridentes cláxones de
vehículos que han estado a punto de
acabar con él, ¡piiiiiiiiiiiii!,
¡imbécil, desgraciado ... ¡pi
piiiiiiiii!! a ver si aprendes a cruzar
sin tu mama, espantapájaros!, ¿está
loco o qué?
Ese soy yo.
Pidiendo limosnas a quien con mirada,
mezcla de asombro y asco, me señalan y
juzgar, preguntándose ¿cómo un hombre
puede haber llegado a tal extremo?. Ay
amigos, si supieran la poca distancia que
hay en el tiempo entre sus limpias y
relucientes vidas y la de este hombre,
dudarían y no le condenarían por su
mísera estampa y cambiarían la
sentencia, diría mi abogado
defensor. Si supieran que hace unos
pocos meses, este hombre, pasaba por este
mismo lugar con su lujoso todoterreno
camino hacia su despacho en el banco y
mientras, al teléfono móvil, cerraba un
trato de trescientos cincuenta millones
de pesetas, su sentencia sería inocente,
muy inocente añadiría yo.
Todo puede cambiar en unos simples
instantes, un día te levantas y algo
falta en tu entorno, mi media mitad, mi
July del alma.
Pero el fiscal entraria en escena y
pediría permiso al Sr. Juez para dar
paso a la prueba numero 1 y única, el
saco, mi saco. Un agente judicial,
impecablemente uniformado, alto, robusto
como un roble y, protegiéndose sus vias
respiratorías con una mascarilla blanca
antiolor, haría acto de presencia por
una puerta adyacente a la sala, portando
entre sus musculos brazos un bandeja
plateada cubierta por una fina sabana
blanca ¿creén realmente que este
míserable hombre es inocente? ¿y que me
dicen de esto? diría el fiscal
antes de destapar la bandeja de un seco
tirón de la sábana ¡¡Oooooh!! exclamaría
la sala al unisono proclamando su
sentencia popular a gritos ¡culpable,
culpable! ¡a la silla, que muera ese
condenado miserable!.
CONTINUARA...........................................................................................
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